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Nebraska


La manera en que ella llegó a mí vida puedo describirla como: Milagro.

Desde muy niño siempre deseé tener una mascota, mis favoritos eran los perros. No concebía que no pudieran hablar si eran capaces de descifrar nuestros sentimientos con una sola mirada, con una lamida, o con una sonrisa. Cada año pedía a mi madre de regalo un perro, pero esta se rehusaba, asegurando que era muy niño y no tenía tiempo para cuidar a un animal como se lo merecía.

Tenía seis años cuando en la casa de mis vecinos llegó un perrito de brazos. Tembloroso, con la mirada perdida, escondido entre sus patas era entregado a los dueños. Para ellos yo era parte de la familia, un hijo menor.  Me permitieron ponerle nombre “Tommy” así se llamaba mi superhéroe favorito, no conocía mejor nombre que ese.

Tommy fue creciendo junto a mí. Él dejó el miedo, yo los juguetes, él dejó la desconfianza y yo algunos sueños de niño. Estoy seguro que fue mi primer perro aunque en el papel no fuera así.

Los años fueron pasando y aún no conseguía el visto bueno de mi madre para tener un animal. La acusación de que era muy niño fue vestida de un “Eres muy irresponsable para tener una mascota” a eso debía sumar que mi hermano menor quedó traumado al ser mordido por un perro callejero, todo estaba en contra. Sentí que el tiempo me daría la razón, y así fue.

Dicen que la depresión es la enfermedad del futuro. Y yo era parte de ese creciente número que sumaban una gran lista alrededor del mundo. Los problemas llegaban a mi cabeza y como garrapatas absorbían mis ideas y sueños por vagas interpretaciones del mundo que no tenían sentido para mí. La vida me daba un golpe cuando me puso en una encrucijada, la misma que me obligaría a cambiar mis actitudes y gustos por causas genéticas, donde ni Dios ni mi familia eran culpables de lo que ocurría.

Mi mamá me permitió un animal en casa. Era una tortuga de agua, muy pequeña, silenciosa y fría. “Se llamará Ginebra” dije, unía así mi pasión geográfica y mi sueño cumplido a medias de tener un animal. A diario intentaba conversar con mi exótica mascota, pero esta escondía su cabeza en su caparazón, que servía de escudo protector ante cualquier amenaza. “será por poco tiempo” pensé, pero cada día de los meses siguientes era lo mismo. Ese animal de sangre helada terminó escapando un día de mi hogar. Deseo con fuerzas que esté en algún río o mar del mundo y que tenga un bonito futuro.

Contraria a la voluntad de mi madre decidí comprar un perro. Ya tenía idea de cómo lo quería. Debía tener su pelaje dorado, ser gentil, y jugar conmigo cada vez que quisiera. Debí tener las medias perrunas exactas para ser el más bello y apreciado del lugar. Quería que causara una buena impresión al pasar. Imaginaba enseñándole trucos, a sentarse, a hacerse el muerto. Incluso, ya le tenía nombre, Ecuador.

Por señales del cielo o la web, mis redes sociales poco a poco se empezaron a llenar de imágenes y relatos sobre animales de la calle. Cómo eran golpeados, el hambre que debían soportar y la dura vida que tenían que llevar me puso a pensar. La gran  mayoría de estos hijos de la creación estaban en estas condiciones por no ser de “raza” por no ser del grupo pedigrí. Las cosas cambiaron en mí desde entonces.

Con los perros mestizos compartía gran número de características. Eran únicos, no existía otro igual que ellos. Gran parte de la sociedad los veía como “poca cosa” y era un estorbo para los gobiernos que al no encontrar soluciones en beneficio de ellos dejaban que inundaran las calles con su presencia.

Una tarde sin colores, donde la depresión intentaba llegar para quedarse pregunté a una amiga si conocía de un lugar para adoptar perros. “Mi perra acaba de parir, tiene siete perritos… pero no son de raza” Mis ojos brillaron y como un cuadro en acuarela guardé ese instante. Días después sin el consentimiento de mi madre tenía a Nebraska en casa.

A igual que Tommy 16 años atrás, Nebraska llegaba a mis manos temblorosas, arropada en una sábana y con los ojos entreabiertos. La primera noche con ella estuvo llenos de sollozos, quizás pedía que su madre y hermanos llegaran a buscarla en ese nuevo mundo tan extraño para ella. La llamaba desde mi cama y comenzaba a acariciarla hasta que se quedara dormida. Luego otra vez y otra y otra. Debo reconocer que la primera noche fue la más dura de todas.

Los días fueron pasando y juntos construimos un mundo distinto. Le enseñé dónde debía hacer sus necesidades. En vano fue explicarle que no mordiera mis calcetines y zapatos. Muchos trucos quise hacer con ella, pero se negaba. Ella terminó enseñándome otra manera de querer, de sentir, de vivir. Jamás imaginé que un perro pudiera esconder tormentos bajo  la tierra y sanar con sus lamidas heridas del pasado que no querían cicatrizar.

Mi perra dio clara muestra de que los estudios científicos en torno a los caninos eran válidos. Mi sistema inmune está más fuerte, la depresión ha desaparecido notablemente, mi presión sanguínea está en un punto saludable y sus ocurrencias me alegran el día a día.

Es ella la que me entiende cuando llego cansado, la que busca la correa para pasear por las calles del pueblo andino olvidado, la que llega a mis brazos cuando sabe que mis ojos están apagados. Es la única que comprende mis historias y vivencias, la que sin saber hablar entiende mis conversaciones y dolencia.

Yo sentí alivio al dar cobijo a un animal que pudo estar en la calle. Mis convicciones cada vez son más fuertes y lucho día a día por un mundo donde no exista discriminación por animales mestizos.


Nebraska dio respiro a mi alma y un perrito lo puede hacer contigo. Es cuestión de que lo busques, puedo estar seguro de que tu vida cambiará al instante como me ocurrió a mí cuando en momentos de dificultades un ángel de cuatro patas llegó a mis brazos.

Comentarios

  1. Que bello y tierno, un ángel de cuatro patas. También tengo problemas depresivos, yo escogería un gatito; los prefiero jeje. Aunque los perros tienen una nobleza que pueden sosegar el espíritu quebrantado.
    Feliz fin de semana.
    Abrazo David.

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    1. Hola Alejandra no me llevo muy bien con los gatos, aunque su mística eterna es admirable. Gracias por pasarte al blog, un abrazo grande.

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  2. Lindo ángel de cuatro patas tienes. Es verdad que los perros son gran compañía porque establecen una rápida empatía con su dueño. Intentan alegrarte cuando estás triste, aunque también el animal lo esté. Ojalá Nebraska esté contigo por muchos años y así no te deprimas tanto, aunque ya saldrás de ese estado.

    Que tengas un buen fin de semana. ¡Saludos!

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    Respuestas
    1. Hola Nahuel gracias por pasarte. Así es, Nebraska me alegra cuando estoy triste y siempre está al pendiente de lo que me sucede. Yo espero que me dure muchos años.
      Un abrazo hermano, saludos.

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  3. ¡Ay! ¡Cómo te entiendo! *-*
    Mi Sam llegó a casa hace casi 4 añitos... Mis padres tampoco querían un can, pero al final... ¡Se ha ganado el Corazón de todos!
    Pase unos meses sin dormir, atenta a cada movimiento... Me destrozó zapatillas, ropa interior y algún que otro muñeco de cuando era Peque... Pero... Si tengo un día malo, me roba una sonrisa... Si tengo un día bueno, lo multiplica... Si estoy malita, me acompaña en la cama... Y, además, es un Guardián de Sueños que me vela cuando duermo... ¿Qué más se puede pedir?
    Yo también le hice mi propio homenaje con Letras... Es este:

    http://sangreenlanevera.blogspot.com.es/2014/12/kaz.html

    ¡Me encanta Nebraska!
    ¡Besines! ;)

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    1. Ay Campanilla! Es tan cierto eso. Sus destrozos quedan cortos a tanto amor y alegrías que nos regalan. Gracias por pasarte, en cuanto pueda leo tu relato. Un abrazo grande.

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  4. Son maravillosos los perros, es cierto lo que ponés sobre ellos. En lo personal, prefiero a los gatos; pero también me encantan los perros.
    Abrazo amigo David. Saludos a Nebraska!

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    1. Entre gustos y colores...
      Los animales de compañía nos regalan momentos que difícilmente pueden ser borrados.
      Gracias por pasarte Federico. Un abrazo grande.

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